La pandemia del coronavirus generó un escenario inédito en el mundo moderno, impensado meses atrás. Un tiempo donde todo es distinto a lo que era, a lo que estábamos habituados, a lo preestablecido.
Nació como algo del momento, pasó a ser perdurable y da la sensación ahora que llegó para quedarse, al menos por un lago tiempo. El miedo a lo desconocido aterra más que a los peligros latentes. Antes y ahora, existieron las distancias y diferencias que la humanidad reconoce como propias: pobres y ricos; anónimos y famosos; negros y blancos… el coronavirus puso a todos por igual, al menos en la sensación que a cualquiera le puede tocar.
En nuestro país, en las primeras semanas de pandemia (y de cuarentena), empezamos a vivir una sensación distinta, extraña, impensada: el comienzo del final de la conocida grieta política, que lleva más de 15 años, y que tanto daño le ha hecho a la nación y a la sociedad en general. El sabor de esa nueva impresión partió del propio presidente de la Nación Alberto Fernández, quien, con Rodríguez Larreta de un lado, y Axel Kicillof del otro, no paraba de dar anuncios responsables, encargos directos a una población asustada y ávida de mensajes esperanzadores, sino desde la salud, sí desde la forma en que como sociedad debíamos encarar esta tortuosa etapa de nuestras vidas cotidianas.
Empezaron a pasar los días, semanas y, con una curva de contagio bien monitoreada y controlada, la preocupación enseguida empezó a correrse a la otra curva: la económica.
Alberto Fernández heredó un país inmerso en una profunda crisis, tras el fracaso rotundo que supuso la gestión de Mauricio Macri. Al poco andar de lo que podía esperarse una batería de medidas que reimpulsaran la magra situación de los números, llegó el coronavirus y puso stop. El mundo se frenó de golpe y lo que se pensaba podía ser una lenta salida de la recesión, pasó a ser una crisis con final incierto: malo, muy malo o desastroso. Los números a principio de este mayo que arranca ya son muy ilustrativos, desde cualquier lugar que se lo mire: empleo, producción, PBI, dólar y siguen las firmas.
En este contexto sombrío, no hay un solo día en el que el Presidente le pida a la sociedad el mayor esfuerzo posible. Que son tiempos difíciles, que prefiere mucho más pobres, pero salvaguardar vidas. Que una cosa tiene solución, pero la otra no. En la encrucijada de la vieja dicotomía (no real, en cualquier caso) de “salud o economía”. Cuando es salud Y economía.
El Presidente pide esfuerzo, sacrificio, y paciencia… A una sociedad que, probablemente gracias también a la pandemia, deja relucir una nueva grieta: el sector público, o el sector privado. Unos y otros observan el caos desde una óptica bien diferente. Mientras los privados hacen malabares para no desaparecer, mientras ven esfumarse sus ingresos de manera abrupta, y los empleados que no pueden trabajar deben aceptar sin quejas ni culpas suspensiones, recortes en sus salarios… los otros miran todo como meros espectadores.
La pregunta que pocos se hacen en estos tiempos de calamidades sanitarias y económicas debería ser tal vez: ¿por qué el esfuerzo debe hacerlo solo el sector privado? Y no nos referimos a la trillada idea que los funcionarios rebajen sus sueldos, porque más allá que en algunos municipios y provincias ya lo han hecho, sabido es que es un número poco significativo a las arcas generales. Hablamos del sector público que –al igual que el privado- por la pandemia en muchos casos no estuvo ni está trabajando, y no se vislumbra que lo haga a la brevedad. Cientos de organismos oficiales cerrados, dependencias que poseen miles de empleados que mes a mes gozan la inmensa fortuna de esperar el último día para ver depositados sus salarios. Pareciera ser que el esfuerzo reclamado por el Poder Ejecutivo tiene un solo destinatario.
Repasemos un solo ejemplo: Aerolíneas Argentinas. El Gobierno acaba de anunciar que no se podrá volar dentro del país ni al exterior hasta el 1 de setiembre. Más de 12.000 empleados tiene hoy la línea de bandera nacional, de los cuales el 11% son pilotos, el 18% tripulantes de cabina, el personal de tierra representa el 50%, el 17% son técnicos y el 4% del personal trabaja en el exterior.
Muchos de ellos continúan afectados a tareas en estos días seguramente. Pero la gran mayoría no.
Miremos ahora solo un ejemplo de la misma industria, pero desde el sector privado: Flybondi. Aquí aseguraron que la situación es muy compleja. En las últimas semanas, la empresa llegó a un acuerdo con sus empleados para un recorte de salarios que va desde 15% en los sueldos más bajos hasta 50% en los cargos ejecutivos.
¿Alguien escuchó decir al Presidente de la Nación que es hora que el esfuerzo también lo hagan los empleados de Aerolíneas Argentinas? ¿O de algún otro organismo público? Una medida de este tipo no solo redundaría en el aspecto económico, sino que sería un mensaje de alivio e igualdad para aquellos que día a día patean la calle y que miran con desconcierto un futuro con cada vez menos metros hacia la cornisa. Que por una vez se crea que, pese a que la pandemia es mundial, en la Argentina hay quienes siguen viviendo “en otro mundo”.
La clara desigualdad de posturas, quedó plasmada en las últimas horas con diferencia de criterios dentro del propio Estado a la hora de pensar en los sueldos: mientras el Congreso de la Nación resolvió otorgar un plus salarial por “emergencia sanitaria” al personal legislativo que trabaja durante la cuarentena, el Hospital Italiano de Bs. As. redujo honorarios a médicos que no están abocados a la atención de la pandemia. Unos si, otros no.
Aerolíneas es un solo ejemplo de cientos. En abril de 2016, según estimaciones del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), los trabajadores públicos representaban cerca del 18% de ocupados de la Argentina. Casi 3,9 millones de personas. Así, el peso del empleo público superaba el promedio observado en América Latina y se situaba solo por debajo de Venezuela en la región, aunque por debajo de países desarrollados como Francia y Canadá, entre otros. Hoy, muchos de esos empleados no pueden ir a trabajar por padecer las consecuencias de la pandemia. Pero ninguno de ellos, requiere del “esfuerzo” que el Presidente le pide a TODOS los Argentinos.
En algo coinciden todos en el mundo, y en la Argentina de cualquiera de los dos lados que se esté de la grieta: en el planeta y sus sociedades ya nada será igual después del Coronavirus. Con algunas excepciones, por cierto.